Su voz, letras y música bastaron al poeta estadounidense para hechizar a sus seguidores del Distrito Federal
J. Fabián Arellano M. / El Universal
Habían pasado “Leopard-Skin Pill-Box Hat” y “To Ramona” cuando Jonathan gritó desde una de las esquinas del Pepsi Center “¡Eres un poeta!”. Su amigo, Ernesto espero una rola a que pasara “Things have changed” para replicar: “¡No. Eres un chingón Dylan!”.
Como la pareja de jóvenes, había varios seducidos por el talento de Bob Dylan, aunque esa noche había cabida para todos: los que escuchaban atentos, los quecantaban en voz baja, quienes pedían complacencias y varios más que sacudían sus hombros y agitaban sus caderas con “Tangled up in blue”.
Pero la música del escritor y guionista son enseñanzas y “Desolation Row”, “Cry A While” y “Spirit on the water” generaron reflexión y euforia contenida; sin embargo, más allá de sacudir conciencias, el músico sedujo a la concurrencia con su voz, sus manos en el piano y solos de armónica que fueron recibidos con gritos y silbidos de aprobación, como ocurrió en “Try an to get to heaven”.
El grito de “¡Dylan Dylan!” no se hizo esperar, apenas iba una hora de folk cuando “Summer days” generó un momento nostálgico, preparando lo mejor de la noche mientras “Highway 61 Revisited”, “Simple Twist Of Fate” y “Thunder On The Mountain” se sucedieron en cascada y entre ovaciones.
Ximena tenía dos años de edad cuando Dylan era inducido al Salón se la Fama del Rock and Roll; sin embargo “Love sick” fue la dedicatoria que Luis Fernando, su novio, hizo al fragor de un whiskey mientras le murmuraba al oído la letra.
Segundos después la gritería y el delirio colectivo comenzó con el coro de “Ballad of a thin man” que salió de las gargantas contenidas de Juan Ramón, Héctor y Miguel, jóvenes que pasan las noches en el estacionamiento de su unidad escuchando a Dylan.
“Like a Rolling Stone” hizo estallar la garganta del trío, quienes brincaron cual chapulín de la emoción, pero también para alcanzar a ver a su ídolo a 40 metros de distancia.
La gritería precedió a la presentación breve de su banda y seguir la comunión con “Blowin In the wind”. Bob se retiró del escenario, pero su nombre al unísono lo devolvió para cerrar la noche con “All along the watch tower”.
No hubo diálogos, ni parafernalia, ni mariachis. Dylan, sus 62 años, su voz, filosofía y música bastan para hacer dos horas mágicas.
J. Fabián Arellano M. / El Universal
Habían pasado “Leopard-Skin Pill-Box Hat” y “To Ramona” cuando Jonathan gritó desde una de las esquinas del Pepsi Center “¡Eres un poeta!”. Su amigo, Ernesto espero una rola a que pasara “Things have changed” para replicar: “¡No. Eres un chingón Dylan!”.
Como la pareja de jóvenes, había varios seducidos por el talento de Bob Dylan, aunque esa noche había cabida para todos: los que escuchaban atentos, los quecantaban en voz baja, quienes pedían complacencias y varios más que sacudían sus hombros y agitaban sus caderas con “Tangled up in blue”.
Pero la música del escritor y guionista son enseñanzas y “Desolation Row”, “Cry A While” y “Spirit on the water” generaron reflexión y euforia contenida; sin embargo, más allá de sacudir conciencias, el músico sedujo a la concurrencia con su voz, sus manos en el piano y solos de armónica que fueron recibidos con gritos y silbidos de aprobación, como ocurrió en “Try an to get to heaven”.
El grito de “¡Dylan Dylan!” no se hizo esperar, apenas iba una hora de folk cuando “Summer days” generó un momento nostálgico, preparando lo mejor de la noche mientras “Highway 61 Revisited”, “Simple Twist Of Fate” y “Thunder On The Mountain” se sucedieron en cascada y entre ovaciones.
Ximena tenía dos años de edad cuando Dylan era inducido al Salón se la Fama del Rock and Roll; sin embargo “Love sick” fue la dedicatoria que Luis Fernando, su novio, hizo al fragor de un whiskey mientras le murmuraba al oído la letra.
Segundos después la gritería y el delirio colectivo comenzó con el coro de “Ballad of a thin man” que salió de las gargantas contenidas de Juan Ramón, Héctor y Miguel, jóvenes que pasan las noches en el estacionamiento de su unidad escuchando a Dylan.
“Like a Rolling Stone” hizo estallar la garganta del trío, quienes brincaron cual chapulín de la emoción, pero también para alcanzar a ver a su ídolo a 40 metros de distancia.
La gritería precedió a la presentación breve de su banda y seguir la comunión con “Blowin In the wind”. Bob se retiró del escenario, pero su nombre al unísono lo devolvió para cerrar la noche con “All along the watch tower”.
No hubo diálogos, ni parafernalia, ni mariachis. Dylan, sus 62 años, su voz, filosofía y música bastan para hacer dos horas mágicas.
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